Lecturas


Todavía joven

Se le escapaban los días entre los dedos de su vida, incapaz de cerrar el puño y comenzar a guardar los minutos que perdía pensando «qué hubiese pasado».
La letra con la que escribía sus días comenzaba a torcerse, a enredarse y volverse incomprensible, por lo que sintió la necesidad de poner un punto y aparte, antes de que el relato, adquiriendo excesiva autonomía, le relegara a un papel secundario.
Se acercaba a esa parte de la vida en la que cada decisión define un camino, provoca un futuro y construye un recuerdo, y no veía el momento de dar el primer paso, dejar atrás el presente y derruir los recuerdos que le impedían olvidar.
Sentado sobre la cama frente al espejo del armario de su habitación se quedó mirando sus manos como en un ejercicio improvisado de quiromancia, tratando de leer alguna señal, imaginando cuántos objetos, texturas y pieles tendrían que recorrer todavía a lo largo de su vida.
Pensaba que muchos años después, cuando la vejez llenara de arrugas sus manos, volvería la vista a estos años convencido de que toda la incertidumbre y la espera habían tenido un sentido. Parecerían ridículas entonces, las dudas y las preocupaciones que ahora rondaban su cabeza.
Miró al frente y en el reflejo creyó ver a ese anciano triste, envuelto en remordimientos por no haber sabido sacar minutos a las horas y horas a los días, por haber dejado pasar los años sin decidirse a tomar las riendas de su vida.
Pero él todavía era joven, joven para fracasar estrepitosamente, para pensar que las decepciones fuesen definitivas, para rendirse sin agotar todas las posibilidades y para encaramarse a un sólo deseo como si su felicidad dependiera únicamente de conseguirlo.
Y así, cuando llegó el momento como cada tarde entre las siete y media y las ocho menos cuarto, y ella apareció envuelta en su gabardina y camuflada tras sus gafas de sol, él ya se había encargado de forzar las casualidades necesarias para no cenar solo esa noche.

Mañana, cuando despierte

La incertidumbre no me deja dormir. Éste sería un domingo cualquiera, si no fuese porque el día que le sigue no será un lunes normal. Probablemente me toque guardar en la memoria esta fecha para la posteridad o se convierta en un recuerdo que no pueda borrar aunque lo intente con todas mis fuerzas.
Lo que tengo por seguro es que en algún momento de esta noche, mientras mi cuerpo yazga en la inerte inconsciencia, algo en mi vida habrá cambiado de repente, quién sabe si para siempre.
El problema es que no puedo dormir. En silencio y a oscuras espero, con más lucidez de la que me gustaría, a que el señor Sandman esparza la arena del sueño sobre mis ojos. Tengo la tentación de mirar el reloj, pero sé que si lo hago perderé también los nervios. Pienso en todas las noches de Reyes hasta los diez años, en la noche antes de la Selectividad, mi primera noche viviendo fuera de casa, la noche antes del primer día de trabajo, y en todas las vigilias de días importantes de mi vida en que todavía tendré que lidiar con el insomnio.
Cuando era pequeño se añadía otro problema: el miedo a la oscuridad. Pero con el tiempo aprendí a convivir con los monstruos que habitan bajo mi cama; entendí que si no les das de comer con tu imaginación, ellos terminan muriendo de hambre o simplemente huyen a la habitación de otro miedica.
Ahora, en cambio, me gusta el silencio y la oscuridad. Es la única forma de escuchar mis pensamientos, refutarlos y dejarlos ordenados para que nadie los cambie. Es el problema del mundo: el ruido y el exceso de imágenes no dejan a la gente pensar y terminan actuando por imitación y no por convicción.
A cada segundo que pasa, voy descontando los minutos que quedan hasta que suene el despertador y sé que cuando eso ocurra y el cansancio no me deje poner los pies en el suelo, me acordaré de este momento y desearé no haberme quedado desvelado, pensando en tonterías.
Pero supongo que siendo mañana un lunes especial, esto no me importará. Porque tendré más motivos para levantarme que para quedarme perezoso entre las sábanas. Porque mañana, cuando despierte, por fin se habrá llenado ese rincón de mi mente, que he mantenido reservado durante tanto tiempo. Ese hueco tan cercano al lugar donde se segrega la alegría, la ilusión y la sensación de plenitud.
Pero todavía queda un obstáculo, aún me queda lo más complicado: lograr conciliar el sueño.

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